Como ya se ha comentado en post anteriores, el acoso escolar es un proceso complejo que va más allá de las discusiones o mala relación entre los compañeros de clase. Se diferencia de éstas por su naturaleza, duración, intensidad, formas, protagonistas, consecuencias y ámbitos que abarca.
No se trata únicamente de un episodio concreto y aislado puesto que, cuando una víctima recibe las agresiones de otro incesablemente, generaliza la percepción rival al conjunto del ambiente escolar lo que genera ansiedad, aislamiento, pérdida del interés por aprender y merma la autopercepción de seguridad del alumnado. A su vez, los agresores van consolidando una conducta cada vez más antisocial cuyas consecuencias suelen ser la exclusión social y la predelincuencia (Cerezo, 2009).
A todo esto se le une la pérdida de actitudes prosociales (Cerezo, 2009) lo que provoca un detrimento en la calidad del clima, bienestar educativo y, en numerosas ocasiones, bajo rendimiento escolar (Pérez et al., 2011). En el acoso escolar convergen los dos polos de la violencia: los agresores y las víctimas, con patrones de comportamiento muy distintos en cuya relación prima un desequilibrio de poder y de fuerza (Martínez, 2016). Así mismo, existe un tercer protagonista, los espectadores, que ejercen un papel clave en la persistencia de la problemática. En este post se explicará la relación que tienen estos tres protagonistas en el bullying y sus principales características.
Puértolas y Montiel (2017) afirman que las víctimas, pasivas y sometidas, suelen ser calladas, con baja autoestima e inseguros. El acoso continuo incrementa estas características y su propia evaluación negativa. Suelen tener una baja popularidad entre sus compañeros por lo que no logran tener relaciones interpersonales satisfactorias. Poseen un elevado sentimiento de culpabilidad, factor que influye en que no comuniquen el problema a profesores o familiares. A pesar de que las víctimas suelen tener en común estas características, cualquiera puede ser víctima del acoso escolar.
Por otro lado, este mismo autor señala que los acosadores suelen ser impulsivos, no muestran compañerismo ni culpa. A menudo participan en eventos antisociales y tienen una gran necesidad de dominar a otros compañeros. Sus conductas agresivas suelen verse recompensadas en forma de prestigio en el aula. Cualquiera puede sumarse al grupo de los acosadores por temor a ser víctima o ser aislado del grupo.
Esperamos que os haya gustado. Si quieres saber más acerca de este fenómeno, ¡te esperamos en el próximo post!
Docentes, familias, orientadores: ¿Cómo creéis que se puede frenar esta triangulación? ¿Creéis que los espectadores tienen un rol importante en el acoso? ¡Os leemos en comentarios!
Referencias:
Cerezo, F. (2009). Bullying: análisis de la situación en las aulas españolas. International Journal of Psychology and Psychological Therapy, 9 (3), 383 - 394.
Carozo, J. C. (2015). Los espectadores y el código del silencio. Espiga, 14 (29), 1-8.
Martínez Iglesias, A. (2016). Factores de riesgo en la conducta antisocial en menores en situaciones de exclusión social. Universidad Complutense de Madrid, 27 - 88.
Ortega R y Del Rey R (2003). La violencia escolar. Estrategias de prevención. Barcelona: Graó.
Pérez, M., Álvarez, J., Molero, M., Gazquez, J. y López, M. (2011). Violencia escolar y rendimiento académico (VERA): aplicación de realidad aumentada. European Journal of Investigation in Health, Education and Psychology, 1 (2), 71 - 84.
Puértolas JJiménez, A. y Montiel Juan, I. (2017). Bullying en la educación secundaria: una revisión sobre las características de las víctimas y los acosadores. Journal of Victimology (5), 85 - 128.
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